Lo miró discretamente desde lejos temiendo que sus miradas se cruzaran. Tomó aire y se dirigió decidida hacia él.
-¿Puedo hablar contigo?- susurró intentando resultar segura de si misma.
-Claro...- dijo él que la observaba confuso sin entender aquel extraño comportamiento de la chica.
Tomó su brazo y lo alejó de la multitud, apartándolo también de su grupo de amigos que los miraban entre risas.
-No se ni por donde empezar...- dijo llenándose de valor, preparándose a soltar aquel discurso que había ensayado unas mil veces mentalmente.
El chico continuó expectante entre temeroso e impaciente.
-Es solo que no te entiendo, tus actos no guardan relación entre ellos, tus sonrisas me desconciertan y tus palabras me hacen daño. Quiero que dejes de comportarte así, quiero que dejes de jugar conmigo como un niño juega una y otra vez con el mismo juguete sin dejar de lado al resto de su colección. Se que tú nunca dijiste nada acerca de nosotros, que las ilusiones no son más que parte de mi frágil imaginación... simplemente tengo derecho a creer que funcionaría. Lo tengo porque de una manera u otra tú has dado pie a que yo pensase así. Se que quizá con esto solo te esté asustando, que no sea el momento ni el lugar más adecuado para decirte todo esto pero es que no puedo sacarte de mi cabeza. Hora tras hora, minuto tras minuto y segundo tras segundo. Ahora es tu turno de decirme que podemos ser amigos, ¿amigos? Nosotros nunca seremos amigos.
El chico continuaba mirándola fijamente mientras ella ya se arrepentía de lo que había hecho y se disponía a marcharse.
Él la agarró del brazo y sin necesidad de decir una palabra llevó sus labios a los de la joven que se encontraba situada delante de él.
Todas las palabras que había estudiado al milímetro le parecieron insignificantes ante aquello.